El sonido de las puertas abriéndose y cerrándose
constantemente era lo más corriente desde hacía unos días. Desde el anuncio de
la boda de James y Beatrice, todos los nobles del reino Fosternight se reunieron,
incluso Crotonienses aliados vinieron.
Durante las cenas, Derye conoció a Jessica
Darkwouth, la mujer que en teoría es su abuela, pero realmente parecía más bien
una madre, en vez de una abuela. Su pelo rubio y ojos verdes aun mantenían
jovialidad, y más de algún sirviente la miraba de reojo, era una mujer que
llamaba la atención.
Su marido, Robert Greenhouse, es decir, su abuelo,
contrastaba esa jovialidad con serenidad. Su mirada esmeralda, junto a su
oscuro pelo, daban un aire de autoridad. Aún no había hablado con ellos.
Derye durante las pocas salidas de su habitación,
los pudo observar de reojo. No le interesaba hablar por el momento, solo quería
estar sola. Estaba desolada, James se iba a casar.
S
e enfadaba por haberse de enfadar porque una crio
egocéntrico y manipulador se casara con otra mujer. No le gustaba la idea. Solo
tenían dieciocho años. Para él era una cría.
Se sentó en su cama, recogiéndose a sí misma, y
cogió su diario, el cual había descuidado desde hace meses. Leyó su último
escrito:
12 de Septiembre, 2009.
Hoy he visto a Sebastian, es un chico muy guapo. Me parece que es buen
chico, pero es amigo de mi hermano. Mi hermano es un problema.
14 de Septiembre, 2009.
He hablado con él. Me parece encantador, creo que me atrae. Me ha ayudado
con latín.
18 de Septiembre, 2009.
Llevo días hablando con él. Creo que me gusta, es especial hablar con él.
Me mira con sus ojos pardos, son preciosos.
Ese mismo día: Mi hermano ha leído estas páginas, me ha mirado mal y me ha
dicho que tiene novia. No sé quién es la chica. He llorado.
19 de Septiembre, 2009.
Hoy he llorado más, está saliendo con mi amiga Kath. No tengo oportunidad,
es inútil, ella es mi amiga y es muy guapa. Sigo llorando y escribiendo con la
escasa luz de una vela. Me gusta esta vela, huele a frambuesas.
Derye observó su letra con una media sonrisa,
Sebastian. Aun le quería ¿Verdad? Ya no estaba tan segura. Después de la
noticia de James, no se podía concentrar en Sebastian. No pudo resistirse y
comenzó a escribir:
29 de Enero, 2010.
Han pasado muchas cosas. Otro mundo, tías desaparecidas, soy hija de unos
reyes. Mi novio, que es Sebastian, es un villano. Y James… Se va a casar. Se lo
pidió a Beatrice, sonriendo. Voy a ser la dama de honor. De pequeña era un
sueño ser dama de honor, ahora una pesadilla. No olvido el beso de James. Me ha
utilizado. Creo que estoy enamorada
¿Enamorada? La chica se echó en la cama, cogió el móvil.
Observaba sus redes sociales. Como era de esperar, estaban inundadas de
notificaciones, interacciones y etiquetas. Hacía mucho que no hablaba con sus
amigas, por la guerra. Era difícil compaginar todo eso, por esta razón su madre
anuló su matrícula en su instituto. Más tarde la recobraría.
Se
sobresaltó al ver en la pantalla una llamada entrante. Era de un número
desconocido.
-¿Hola?- Preguntó.
-Soy yo- Contestó una voz. Sebastian. Derye no supo
que decir - No viniste ayer.
-Lo sé- Respondió lentamente. Se acordó de James,
la muerte del novio de su amiga, y como la había utilizado. Su tono se engravó-
En teoría te tengo que odiar ¿Lo sabes?
-Eso depende de ti- Dijo riendo. Una voz un poco
chillona se escuchaba al otro lado de la línea.
-Voy a colgar, fingiré que nunca me has llamado.
-¿Me quieres?- Preguntó tan de golpe que a Derye no
le salieron las palabras. ¿Le quería?
-No lo sé.
-¿Es James?
-No lo sé, Sebastian. No debería hablarte. No tengo
que hablarte.
-Te he preguntado si me quieres ¿Le quieres a él?-
Repitió, desesperado por una respuesta.
Derye permaneció en silencio. Se
escuchó una maldición por el teléfono.
-Sí. Adiós Sebastian- Dijo y colgó. No sentía nada
por Sebastian. O no lo sabía. Puede, quizás.
No podía dejar de pensar en James.
Quizás, no. Seguramente, sentía algo por él. Lanzó una almohada con rabia.
***
Cuando escuchó el pitido de su móvil, se temió lo
peor. Derye ya no le quería. Sebastian lanzó el móvil contra la pared de su
habitación, iluminada por la chimenea. El aparato se descompuso. Pout se
sobresaltó y salió de su ‘’Habitación’’, una casita de muñecas.
-¿Qué ha pasado?- Le preguntó Pout. Estaba al lado
de su chocolate caliente, aunque asustado por la actitud de Sebastian.
-Se ha olvidado de mí, soy el enemigo- Dijo con una
media sonrisa que ocultaba su enfado- Necesito caminar.
Diciendo esto, salió a toda prisa de su habitación.
Bajó a su despacho, en el cual le esperaba apoyado en su escritorio un chico.
Un poco mayor a él, Daniel. Sostenía una daga. Estaba demasiado relajado y refrescante,
cosa que irritó a Sebastian. Su pelo rubio, casi blanco, le hacía lucir amable.
No lo era.
-¿Qué pasa ahora?- Demandó Sebastian.
Las visitas de Daniel solo traían más órdenes. No
podía desobedecerlas, su hermana estaría en peligro, al igual que él. Daniel se
había apoderado de Cróton hace bastante tiempo, y había doblegado a Sebastian a
obedecerle. Claire podría morir si no lo hacía.
-Como sabrás, mi quinto reino está creciendo. Pero
no es lo suficientemente grande.
Necesito territorio- Dijo Daniel, observando
una daga que sostenía entre los dedos. Sonrió- Necesito más ejército. Dicen que
Roma se construyó en un día. Lo cual es mentira, se fundó en un mes, solo que
se hizo cuando los dos mundos estaban unidos- Levantó la comisura de sus
labios- Yo construiré mi Imperio en menos de la mitad de un día.
-¿Quince días?- Preguntó Sebastian, esa demasiada
presión. Daniel sonrió maliciosa y egocéntricamente. Era un sí.
-Dentro de poco James de va a casar con Beatrice
Fosternight- Le informó. Sebastian se sorprendió, en cierta parte, le pareció
un alivio – Es decir, las defensas bajarán- Se dispuso a caminar y sonrió- Atacaremos
este mismo día.
-¿Qué tengo que hacer?- Le preguntó Sebastian. Cada
vez era más difícil obedecer a Daniel. Pedía cosas demasiado obstinadas.
-Llama al Nigromante. Quiero un ejército alado.
***
Se acercaba el atardecer. Todos estaban ya en el
bosque. La familia Fosternight, Greenhouse y los Bianchi, aliados Crotonienses.
Como era costumbre en una buena boda de alta clase,
las mujeres se vestirían con vestidos de seda dorada y se ocuparían de buscar
junto a sus acompañantes unas campanillas, las Loireleys. Las Loireleys, según decían,
a más abundancia había, más amor era el que le correspondía.
Las jóvenes tendrían que llevar mascaras para poder
buscarlas, en cambio los jóvenes, debían aguardar a las chicas en la hoguera.
Derye se había preparado, por petición de Beatrice,
la cual estaba muy entusiasmada, lo contrario a Derye.
Cuando el sol se ocultó definitivamente, las
jóvenes fueron puestas en fila. Miranda y Marylin les dieron unas pequeñas
lámparas de aceite, para iluminarse.
-Gemelas Bianchi, Valentina- Dijo Miranda, dándole
la lámpara de aceite- y Julia.
-Hija mía- Sonrió Marylin, y le dio al lámpara de
aceite.
-Mi pequeña- Comenzó Miranda. Abrazó la delgada
espalda de Beatrice. Su melena, blanca pero oscurecida por la noche, brillaba.
-Ahora estáis listas, sois casi mujeres- Concluyó
Miranda- Comienza la búsqueda de Loireleys. Suerte. En el amor la necesitareis.
En el final de esa frase, Derye miró hacia los
chicos, a James. Él la miró también, se giró dándole la espalda. Derye apretó
el puño contra su pecho. Dentro de pocas horas, Beatrice y él serian marido y
mujer. Y estaba la noche nupcial….
El sonido de una campana, la despejó. Indicaba el
inicio de la búsqueda, las chicas salieron al bosque.
Estaba bastante oscuro, aun con lámpara y todo.
Derye consiguió encontrar su primer Loireley, en un árbol. Era casi del mismo
tamaño que una bellota, una campanilla verde plata. Siguió así, sucesivamente,
hasta obtener siete. Estaba agotada.
Últimamente había comido en escasead, no se sentía
con ánimos, así que lo que hizo fue sentarse junto a un árbol. Se quitó la máscara.
Quizás descansar un poco no sería mala idea. Estaba demasiado cansada.
Cerró los ojos. Estaba en un sueño profundo, quizás
era lo único que le hacia olvidar a James por unos instantes.
Finalmente, se durmió.
***
El fuego quemaba la madera. Las chisporroteantes llamas
se estaban apagando. Como era costumbre, los hombres debían quedarse aguardando
el fuego, simbolizando la constante lucha de mantener el flujo de la vida.
Los seis jóvenes de entre dieciséis y veinte años
que estaban ahí, no podían parar de comentar sobre la boda de James. Qué sí que
guapa era la novia, qué si eran muy ricos, qué si los de su clase tienen mucha
suerte… Eso le irritaba en cantidad.
James vestía de negro, como siempre. Al ver que los
comentarios crecían y el fuego disminuía, creyó conveniente ir a buscar madera
él mismo. Así lo hizo. Caminó unos cuatrocientos metros, seleccionando la mejor
madera, la de los robles. Quemarían más que unos simples olivos, los cuales
solo se encontraban en el reino de Feret.
Algo le llamó la atención, una lámpara a vela. Se
acercó. La lámpara estaba inmóvil, apoyada en el pequeño seno de un árbol.
Cuando se fijó en su portador, no pudo evitar abrir los ojos de golpe y caérsele
alguna madera.
Era Derye.
La joven estaba totalmente dormida. La observó,
parecía que había adelgazado, más de lo que estaba. Su rostro estaba cansado y
ojeroso. Se sintió culpable por aquello.
No podía evitar cada noche, desde que se declaró a
Beatrice, quedarse sentado fuera de su habitación, observando la puerta de
Derye. Siempre deseaba que se abriera y saliese a desayunar, comer o cenar, lo
que casi no hizo. Se le informó que estaba enferma del estómago, lo cual sabía
que era mentira.
Todo era por su culpa, pero era necesario, la
guerra. La guerra, siempre era esa palabra tan frustrante. Debían detener a
Sebastian, sus hombres era pocos.
Miró alrededor suyo. Seguía haciendo frio, y sintió
la necesidad de abrigar a la chica. Se quitó la chaqueta y se la puso. En ese
momento se fijó en su pulsera. La manera en que por alguna razón estaban
unidos.
James cogió un largo cordón metálico que tenía en
el bolsillo e hizo algo que nunca se imaginó. Se quitó su anillo.
Puso el anillo en el cordón y lo arregló de tal
manera que parecía un collar. Se lo puso a Derye.
A continuación, le quitó la pulsera, y se la
guardó.
***
La fricción de algo cálido contra su piel hizo que Derye
se despertara, pero aún le pesaban bastante los parpados como para abrirlos.
Se quedó rígida cuando algo metálico y frio estuvo
en contacto con su pecho. Y sintió que era mejor quedarse quieta. Algo la
relajó, un olor especial. El de James.
Su pulsera se le fue retirada.
Estaba dudando que fuese James, iba a abrir los
ojos pero se detuvo al sentir su rostro contra su hombro.
-Lo siento- Dijo James en una voz tan baja para no
despertarla, aunque ya lo estuviese- Siento tanto todo esto…- Susurró cogiéndola
de la cabeza, entre su cuello-Mientras tengas mi anillo, seré tuyo Derye.
Siempre, y para siempre. Te lo prometo
Derye sintió humedad en su hombro, las lágrimas de
James. Nunca había visto llorar a James, ahora tampoco, ya que seguía con los
ojos cerrados. Solo veían lo que se imaginaba desde su cabeza.
Unos segundos después el chico se separó lentamente
de ella, recogió lo que debería ser madera y se fue.
Cuando sintió que ya estaba lo suficientemente
lejos, abrió los ojos, los cuales estaban húmedos. No lo quiso evitar y lloró.
Lloró todo lo que no había hecho durante dos días.
Más tarde, recogió sus campanillas y caminó hasta
el punto de encuentro.
Había sido la última en llegar. Todas estaban ya
sentadas alrededor del fuego, y cuando la vieron sonrieron e hicieron
comentarios sobre su tardanza. Tambien se sorprendieron al ver cuantos
Loireleys había conseguido. La mayoría de chicas solo habían aspirado a dos o
tres.
Se sentó con ellos. James estaba al lado de
Beatrice, la miró y ella a él. Una mirada fugaz que compartía un hecho.
-Damos por terminada la búsqueda de Loireleys-
Anunció su madre. Observó por primera vez bien a su madre y su tía. Las dos iban
exactamente igual, con vestidos rojos. Los cuales representaban la maternidad.
La ceremonia acabó pasadas las doce. Las gemelas
Bianchi no paraban de quejarse de los pocos Loireleys habían conseguido. Derye
sintió ironía en su destino, sonrió sarcásticamente a la luna. Se fijó en la constelación
de Casiopea, su favorita.
Todo se había acabado con James, ese hecho era una
despedida. Con una promesa que nunca sería cumplida
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